La deriva hauntológica [praxis]

Situacionismo, magia del caos y hauntología fisheriana, todos mezclados en la licuadora del marxismo gótico para una actualización de la praxis de la deriva.

fantasmas recorren una camino que podría ser tanto urbano como de montaña por la confusión que genera la imagen hecha a lapiz.

LA DERIVA SITUACIONISTA

En 1956, en los albores de la Internacional Situacionista, Guy Debord propuso el procedimiento de la deriva: “una técnica del paso precipitado a través de ambientes diversos” en el espacio urbano. La deriva se trataría de reconocer los efectos de naturaleza psicogeográfica. Es decir, “el estudio de las leyes y efectos concretos del entorno geográfico que actúan directa o indirectamente sobre el comportamiento afectivo de los individuos”, como definió Debord a la psicogeografía. Sobre todo, se trata de afirmar una práctica lúdico-constructiva, o mejor, una construcción lúdico-práctica distinta al viaje o al paseo.

El sujeto o el grupo que se entregan a la deriva renuncian, de alguna manera, a los motivos que habitualmente justifican el desplazamiento y la acción, así como a las relaciones, labores y pasamientos asociados a ellos. La idea de la deriva sería, en contraste, “dejarse llevar por las invitaciones del terreno”. Este dejarse llevar impone, así y todo, un análisis ecológico de la naturaleza de los cortes en el tejido urbano, del papel de los microclimas, de las unidades elementales claramente diferenciadas de los barrios, etc.

La deriva se mueve en un terreno pasional objetivo, que debe ser definido tanto en función de sus macro-determinantes como de las dinámicas menos predecibles impuestas por sus relaciones materiales. En este punto, no se trata solo de factores ambientales y económicos, sino también de las representaciones afectivas, reales o imaginarias, conscientes o inconscientes, que sus habitantes y los habitantes de otros barrios tienen de él. Las relaciones materiales son siempre objetivas y subjetivas a un tiempo.

Este equilibrio entre el azar y los objetivos predefinidos le permite a la deriva situacionista presentarse como un digno sucesor de los procedimientos del surrealismo. Los trayectos surrealistas, ejecutados décadas antes, en pleno apogeo de las vanguardias históricas, se podrían sintetizar en ese título hauntológico de un libro de Breton: Los pasos perdidos, de 1924. Su práctica de recorrer la ciudad era un claro caso de derivar y de atender a los afectos fantasmáticos de una urbe llena de huellas, trazos, ruinas (como en la obsesión por los mercados de pulgas), para transformarlos, vía esa alquimia automática surrealista, en objetos mágicos, en imágenes fantasmagóricas (véanse las fotografía de Nadja), en una sintaxis poética delirante.

El gusto por la deriva, dice Debord,"nos invita a anticipar una importante presencia del laberinto urbano. Tiende, por naturaleza, a vincularse con una forma más general de tomarse la vida". Siguiendo la línea del surrealismo, se trata de un procedimiento para la des-automatización de la percepción y de la conducta predecible.

LA DERIVA MÁGICA

En la deriva situacionista hay un carácter profano y post-místico de sus fórmulas de encantamiento. En este sentido, Stephen Grasso encontró sencillo vincular la deriva situacionista a la magia del caos. Esta vertiente de la magia, también una práctica lúdico-constructiva, tiene sus bases fundamentales en el principio de incertidumbre, lo cual fomenta un escepticismo saludable, y en una deconstrucción de todas las jerarquías heredadas. Por eso lxs caotas pueden adoptar temporalmente cualquier sistema de creencias que les resulte útil, incluso si son contradictorios entre sí.

Grasso propone la deriva mágica para acceder al estado de gnosis. Este estado se busca para bypassear la mente consciente y plantar directamente la intención mágica en el subconsciente, donde puede manifestarse con mayor eficacia. De esta manera, al derivar sin rumbo fijo, el caota se abre a experiencias inesperadas y a la posibilidad de descubrir significados ocultos en el terreno pasional objetivo que refiriera Debord. La deriva mágica induciría, entonces, a estados alterados de conciencia en la desorientación y la exposición a estímulos sensoriales inusuales.

Así, por ejemplo, un portal para el derivante caota puede ser un cruce de caminos, o la constelación de ciertas ruinas o autos incendiados. Atravesando ese portal accede al estado de gnosis, se facilita la conexión con el genius loci (el espíritu del lugar) y otras entidades, permitiendo la realización de actos mágicos y la experimentación de iluminaciones profanas1. En este sentido, por ejemplo, las arquitecturas góticas (castillos, laberintos, bosques, ciudades arruinadas, etc.), al componer mapas no lineales y movimientos afectivos descentrados, pueden espacios propicios para la deriva.

LA DERIVA HAUNTOLÓGICA

Juan Mattio define el marxismo gótico como un campo político capaz de hacerse cargo de los deshechos que viajan hacia nuestro pensamiento político desde distintas dimensiones. Aquí la función gótica atrae una serie de criaturas y estados de ánimo propios de la fantasía, las fuerzas oníricas y otras entidades de lo impredecible. Se trata de un marxismo que apela menos a la consciencia de clase que al inconsciente de clase. Desde este ángulo podemos pensar, si se quiere, el terreno pasional objetivo como un cuerpo socioespacial cargado de pulsiones, deseos, terrores y objetos libidinales, pero también de memoria histórico-afectiva.

Mark Fisher tomó de Derrida el concepto de hauntología. Contrapuesta a la ontología, que estudia lo-que-es en el presente, la hauntología es una forma de reflexionar sobre el carácter espectral de pasado (lo que ya no es) y también del futuro (lo que todavía no es) y sus efectos sobre el presente. El presente no puede reducirse a lo materialmente existente en el ahora, sino que también se compone de todo aquello que ronda la actualidad fantasmagóricamente. El paralelismo con la psicogeografía es autoevidente: pensemos el terreno pasional objetivo de Debord como un territorio que se constituye como un campo social afectivo en el que no solo influyen el entorno geográfico sino todos los fantasmas que encarna.

En ese campo social afectivo al que el derivante hauntológico trata de acceder, por decirlo de otra manera, habitan una cantidad de espectros del pasado, el presente y el futuro. Una ciudad no es tal sin sus fantasmas, pensados con la magia del caos como entidades caóticas. La deriva hauntológica, por ejemplo, puede contemplar en el terreno cómo "la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos" (Marx dixit) y cómo operan otros fantasmas del pasado.

Incluso, si rastreara en el presente fantasmático, podría dar cuenta del fetichismo de la mercancía, particularmente la mercancía urbana. Así el derivante hauntológico se dejaría afectar por la mágica transmutación en la que determinadas relaciones entre humanos, al enajenarse en la lógica abstracta del valor, se concretan como relaciones entre cosas. Por ejemplo, en una parte de la ciudad que yuxtapone casas residenciales en ruinas con edificios en construcción y flamantes cervecerías de luces cálidas, podemos observar la valorización del valor imponiéndose a base de un ciclo irracional de destrucción y producción.

Recordemos que el fetichismo no es solo una cuestión de confusión contingente y subjetiva, sino que está anclado en las prácticas sociales cotidianas de la sociedad capitalista. Para la mente religiosa, lo que en realidad es un producto del cerebro humano aparece como figuras autónomas con vida propia —lo cual no son—. No es solo un fenómeno ideológico, sino también una inversión práctica que constituye la base sobre la que surge la inversión ideológica del fetichismo. Se trata de un fantasma encarnado en la materialidad de la producción y el intercambio. (Para mayor profundización sobre el tema, ver La enajenación, el fetichismo y los fantasmas de futuro en este blog.)

También la deriva hauntológica nos puede conectar con los fantasmas de futuro. Esas entidades, tan presentes en la dinámica social como cualquier otra, que funcionan como atractores. Es decir, como eventos o secuencias virtuales capaces de atraer eventos materiales hacia sí. Eso es lo que en ciertas cyberculturas entienden como hipersticiones, de hecho: representaciones imaginarias que, intencionalmente y orientadas a penetrar en el inconsciente, producen el futuro que predicen. Pero en vez de encontrarlas en el mundo digital -¡donde también pueden delimitarse terrenos pasionales objetivos!-, la deriva hauntológica los busca en la ciudad: ¿qué nos dicen sobre el futuro las publicidades, las pegatines de los eventos culturales, los graffitis y los murales de lucha?

Recordemos que, para Mark Fisher, los fantasmas de futuro son "los todavía no de los futuros que la conciencia de clase del siglo XX nos preparó para esperar pero que nunca se materializaron"; es decir, los futuros perdidos (tendencias, trayectorias virtuales desvanecidas) que, aunque fuera inconscientemente, nos negamos a dejar ir. La hauntología, dice Fisher, "puede ser construida como un duelo fallido. Se trata de negarse a dejar ir al fantasma o de la negación del fantasma a abandonarnos".

La deriva hauntológica, como práctica lúdico-constructiva del marxismo gótico, se mueve en campo que permite la exploración de mansiones embrujadas, genius locis, demonios, cementerios, ruinas, brujería, fantasmas y otras entidades, egregores del inconsciente colectivo. Se trata de una deriva que busca el desvío perceptivo en la des-automatización de los afectos espectrales de la ciudad, que por momentos nos envuelven en una predictibilidad maquínica. Parafraseando a Walter Benjamin, el objetivo espiritual de la deriva hauntológica consiste en aprovechar las fuerzas espectrales de la embriaguez para la revolución.

De esta manera, también, la deriva hauntológica experimenta con los materiales fantásticos desatados y bloqueados por la máquina embrujada del capital. Basada en el marxismo gótico, promueve una rebelión psíquica contra el utilitarismo del trabajo y la identidad del yo, como dijera Emiliano Exposto, aprovechando los desperdicios extraños, fantasmales e irracionales del capitalismo. Es cuestión de juntarse entre un par, o animarse en solitario, y disponerse a navegar por las dimensiones ocultas de nuestras ciudades --ruinas sobre ruinas-- para investigar las fuerzas reales de una subjetividad antagonista que nos permita reapropiarnos de nuestros poderes psíquicos, desprogramando las pesadillas del capital, para reconstruir nuestra racionalidad estratégica restituyendo la potencia de las fantasías y lo sensible.

¡memento mori!

Referencias:
  1. Aquí es importante matizar que Walter Benjamin, al acuñar el concepto de "iluminación profana", no se refería a revelaciones religiosas o espirituales, sino a una forma de epifanía materialista, una iluminación repentina y secular que surge de la inmersión intensa en lo cotidiano, lo urbano y lo aparentemente trivial. ↩︎︎