Hace un par que cada tanto me pinta leer ficciones militantes, un subgénero de la novela al que he encontrado grandes momentos, como El camarada de Takiji Kobayashi (1933) o Detalle infinito, de Tim Maughan. La bolchevique enamorada es uno de esos momentos. A pesar de su título explícitamente leninista, la novela es previa a la instauración del realismo socialista como dogma estético del estalinismo en 1930. Alejandra Kollontai la publica tres años antes, en 1927, a una década de la Revolución de Octubre.
La novela condensa algunas de las batallas políticas que dio Kollontai a lo largo del proceso revolucionario, antes de asumir plenamente la derrota y subordinarse a Stalin a partir de 1930. Esto, al tiempo que le costó todo su capital revolucionario, le salvó la vida: el resto de sus camaradas de la Oposición Obrera fueron asesinados en las purgas de 1937. Canonizada por el estalinismo como ícono de la feminidad soviética y convertida en embajadora aquí y allá, Kollontai es, desde 1927, una no-muerta. Su vitalidad muere para transmigrar en Vassilisa, la protagonista de su novela, bastante crítica, distante y hasta pesimista del curso de la revolución.
Pero no nos adelantemos: ¿quién fue Kollontai? Quizá podemos decir que, junto a Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin, Kollontai es una de las tres marías del marxismo revolucionario. Proveniente apóstata de la aristocracia rusa, venía organizando asociaciones de trabajadoras rusas desde 1905 cuando la toma del Palacio de Invierno en el 17 la encontró como miembro del Comité Central del Partido Bolchevique. Durante lo que duró la revolución, Kollontai y otras bolcheviques se comprometieron con la formación de les trabajadores en temas como el divorcio o el aborto, y dinamizaron proyectos de colectivización de la crianza, el trabajo doméstico, la educación y el cuidado de ancianxs.
La mácula estalina le valió el olvido intencional del trotsquismo, que tiende a invisibilizar el protagonismo de Kollontai (a veces en favor de Krupskaya) en la memoria marxista. En fin, vayamos a la trama de La bolchevique enamorada, su única obra de ficción.
Civilización y barbarie en las pampas siberianas
Uno de mis relatos favoritos de Borges es "El sur", de Ficciones (1940). Allí un bibliotecario urbano, muy culto, se golpea la cabeza y le aconsejan la "tranquilidad del campo" para su convalecencia. Pero en el tren se queda dormido leyendo la infernal y pesadillesca Divina comedia de Dante Aligheri; cuando se baja de la estación y se mete a una bodeguita, unos gauchos lo desafían a un duelo a cuchillo. El recorrido de la metrópoli a la periferia es un tropo clásico del gótico, en tanto traza la trayectoria regresiva de la "civilización" a la "barbarie", según la expresión de la ideología modernista occidental, reactivando los temores atávicos de las formas sociales precapitalistas... En nuestro caso, el gauchaje.
En La bolchevique enamorada pasa algo similar, pero enmarcada en una historia de amor. Vassilissa y Volodya se enamoran en pleno fervor revolucionario en un entorno urbano. Sin embargo, pronto él tendrá que fungir sus quehaceres partidarios en un pueblo alejado, más provinciano. Mientras tanto, su amante, en quien está el foco de la novela, se queda en la ciudad revolucionada. Hasta que llega una carta de su querido, que le pide que vaya a ayudarlo porque él solo no puede con sus propios mambos políticos...
Vassilissa viaja en tren, y como el protagonista de "El sur", supersticiamente empieza a viajar no solo al pueblo provinciano, sino también al pasado, a una suerte de 'etapa' pre-revolucionaria. Partimos, pues, de una historiografía marxista en la que la última etapa del desarrollo es el comunismo. Desde la óptica del marxismo-leninismo, la metrópoli soviética encarna el proyecto de transformación social: fábricas colectivizadas, comités de obreros y un dinamismo histórico que impulsa la construcción del socialismo. Al trasladarse al campo, Vassilissa ingresa en un espacio donde la urgencia revolucionaria se desvanece, cediendo terreno a estructuras económicas arcaicas y mentalidades campesinas marcadas por el pasado pre-revolucionario.
Esta dialéctica entre ciudad y campo subraya, así y todo, la fragilidad de los logros revolucionarios y las tensiones de extender la revolución cultural y productiva más allá de los centros industriales. Kollontai pertenecía de nacimiento a la aristocracia rusa, como decíamos; esto, de algún modo, le permite identificar las prácticas pre-revolucionarias en los sujetos de su presente.
Un drácula con tacones
Si en "El sur" de Borges el objeto mágico que vuelve extraña la transición espacio-temporal en el tren es la Divina comedia, en La bolchevique enamorada se trata de algo mucho más prosaico: "una muchacha de la NEP".
Vassilissa iba sentada junto a la ventanilla de su departamento, en el coche-cama. Estaba sola. Su compañera de viaje era una muchacha de la «Nep», muy llamativa, vestida con sedas, perfumada, con pesados pendientes; se había pasado al compartimiento de al lado, donde se reía de una manera tumultuosa con varios «admiradores».
Había recibido a Vassilissa fríamente, torciendo los labios con desprecio. «Perdón, querida, pero te has sentado sobre mi chal y vas a arrugarlo». En otra ocasión le dijo: «¿Por qué no te sales al pasillo, querida, mientras me desnudo para acostarme?». ¡Como si ella, aquella muchacha de la «Nep», fuese la dueña del coche y se aviniese a compartirlo con Vassilissa sólo por caridad! A Vassilissa no le gustaba que aquella muchacha de la «Nep» la llamase «querida». Pero no se sentía con ganas de reñir. ¡Que se fuese al diablo!
Este personaje contrasta con el ideal de militante revolucionaria que ella encarna: comprometida con la revolución, organizada en el partido, funcionaria de Estado, camarada. De hecho, uno de los elementos pertubadores de este gótico soviético es que, una vez conviviendo con su compañero, empieza a notar que ella misma se vuelve una muchacha de la NEP:
Vasya no se atrevía ni a moverse. Tenía miedo de que este gozo repentino, este ligero gozo, volase de su corazón. Nunca antes había sentido o comprendido el gozo de vivir. Ahora lo asía. No sentía decaimiento ni prisas, ni tenía que trabajar, ni sentía placer, ni necesitaba abalanzarse hacia un fin; era la vida pura y simple. Ese era el resultado de su pereza, de su vida de «burshui» [burgués], de la buena comida de Volodya. Fácilmente podría convertirse en una muchacha de la «Nep» si continuaba viviendo así.
Vestida con atuendos lujosos que evocan la aristocracia zarista, la muchacha de la NEP aparece como un espectro del pasado, envuelto en ropajes nuevos que camuflan viejos privilegios. Su mera presencia en el espacio ferroviario -un símbolo de modernidad y conectividad- introduce un elemento gótico: fantasmas que no solo regresan para socavar los cimientos del nuevo orden, sino que son capaces de poseerla, de encarnarse en ella. La oposición entre ambas mujeres evidencia la tensión entre el ideal de igualdad y la restauración, bajo la Política Económica Nueva (NEP), de los mecanismos de mercado y las desigualdades sociales.

NEP-o babies
La NEP, instaurada por la dirección bolchevique en 1921 tras aplastar la Rebelión de Krondstat, tenía el objetivo de reactivar la economía soviética tras la guerra civil. Kollontai se opuso junto a la Oposición obrera a esta propuesta; para ella (tanto como para Medvédev y Shliápnikov), el control de la economía tenía que ser de la clase trabajadora organizada a través de los sindicatos, en vez de ser dirigida por el partido.
Lenin, Trotsky y Stalin se impusieron, con el argumento de que esta gente quería "sindicalizar" el Estado y quitarle su rol al partido revolucionario. Finalmente, de este modo, la NEP restauró parcialmente la ley del valor, permitiendo que el intercambio mercantil y los precios de mercado determinaran la distribución de bienes. Según Charles Bettelheim, en su obra La lucha de clases en la URSS, esta restauración no solo reintrodujo mecanismos capitalistas, sino que facilitó el surgimiento de una nueva clase burocrática con privilegios especiales: una oligarquía estatal cuyos intereses se alinearon con la conservación de la desigualdad y el statu quo económico.
Bettelheim sostiene que la NEP cristalizó tensiones sociales al desplazar la iniciativa de la clase obrera hacia la burocracia partidaria, erosionando el papel dirigente del proletariado y transformando al Estado soviético en un agente de la contrarrevolución interna. En el relato de Kollontai, la presencia de funcionarios con títulos pretéritos (como el amigo corrupo de Volodya en el pueblo) y la circulación de objetos de lujo (Volodya, administrador de una fábrica estatal, vive en una mansión) funcionan como indicios de una restauración simbólica: bajo la apariencia revolucionaria, la vieja élite se resiste a desaparecer, anticipando la necrosis política que la burocratización definitiva traería consigo.
La vieja aristrocracia y la pequeña burguesía, en decadencia por la expropiación estatal, aprovecharon la NEP para encastrarse en los cargos jerárquicos del capitalismo de estado en gestación, apalancándolos para la reproducción de sus nuevos intereses de clase. En la novela es bastante visible cómo de pronto los sindicatos piden mejores condiciones de existencia a los administradores de las empresas estatales, sobre todo expresados en Volodya. Un momento bastante dramático es cuando Vassilissa tiene que mediar entre los obreros y su pareja.
Capturas psíquicas
La bolchevique enamorada es una poderosa protesta interna contra la NEP, que al año siguiente de su publicación, en 1928, sería reemplazada por los planes quinquenales estalinistas. El giro terminaría de expropiar a la pequeña burguesía re-emergente durante el periodo para terminar de estatizar el resto de las empresas, pero jamás devolvería la democracia al espacio de trabajo, que siguieron siendo centro de explotación por parte del monopolio capitalista en que se estaba convirtiendo el estado "soviético".
Pero también es una poderosa protesta contra el amor romántico, que en la novela termina identificado como una de las expresiones de la mencionada restauración regresiva pos-revolucionaria. Si la NEP se devela como una forma de reanimar el cadáver del capitalismo en la que resucitan las viejas relaciones de producción, Kollontai noveliza cómo, bajo estas relaciones determinadas, hasta el más anarquista se vuelve un corrupto aristócratica y hasta la revolucionaria más emancipada puede devenir una celosa ama de casa. Las relaciones materiales, la inversión práctica de la ley del valor, determinan las relaciones prácticas inter-subjetivas.
Así, el amor romántico se reimprime en la vincularidad entre lxs amantes revolucionarixs, al mismo tiempo que las relaciones de producción capitalistas se reestablecen con la NEP. El gran drama psico-gótico de La bolchevique enamorada presenta al amor romántico como un "aparato de captura", en el sentido que le dan Deleuze y Guattari en Mil mesetas, es decir: ideas, prácticas o emociones que organizan nuestras vidas y deseos para que encajen en una sociedad desigual. Acá tenemos otro de los tropos góticos, entonces: los fantasmas que el psicoanálisis identifica en el inconsciente; dinámicas invisibles que enajenan nuestra agentividad consciente como espectros que nos poseyeran (contra) nuestra voluntad.
Gilles Deleuze y Félix Guattari pensaron al Estado como un aparato de captura que codifica, territorializa, organiza y controla los flujos sociales, los deseos y las líneas de fuga. Hoy, como herramienta del marxismo gótico, podemos extender esta caracterización a otras instituciones del capital --por ejemplo, el mercado. Pero también nos sirve para pensar las relaciones sociales regresivas en la Rusia pos-revolucionaria. Cuando Kollontai muestra cómo Vassilissa se enreda en una relación que reproduce desigualdades y sacrificios, está describiendo una forma en la que el deseo puede ser desviado, capturado por estructuras sociales e ideológicas que ya existían antes del cambio político.
Hay todo un momento en que Vassilissa se siente
[e]ncadenada por el temor de que sucediese otra vez algo a Volodya. Por gratitud, por haberse quedado con ella, por haber alejado a la desvergonzada. Hilos delgados, pero sujetos fuertemente a Vasya [apelativo de Vassilisa]. Le parecía que estaba enredada sin esperanza en las tramas de una red. Lisa le decía: «No te entiendo, Vassilissa. Te digo que te estás convirtiendo en una verdadera “señora del director”. No puedes librarte de ello». ¿Cómo rompería los hilos? ¿Desgarraría la red?
De esta manera podemos pensar que, bajo la dirección bolchevique, la máquina de captura estatal establece jerarquías, distribuye funciones y define roles, buscando un ordenamiento vertical que controle y limite la autonomía de los individuos y sectores sociales revolucionarios.
Ella proponía, en cambio, la "unión libre": una relación amorosa basada en la igualdad, la libertad y la independencia material. En sus escritos políticos, decía que el amor no debía ser una institución que impusiera deberes o ataduras, sino un vínculo revolucionario y libremente elegido. Para que esto fuera posible, hacía falta que el Estado garantizara servicios colectivos como comedores, lavanderías y guarderías, liberando a las mujeres del trabajo doméstico obligatorio. Esto apenas si sucede en el mundo de La bolchevique enamorada, aunque aparece prefigurado en la pensión en la que vive nuestra protagonista al inicio del relato.

En la novela, Vassilissa y Volodya tienen una relación de "unión libre". Pero a medida que pasa el tiempo, él empieza a adoptar actitudes machistas: espera que ella cocine, la critica si no lo hace bien y se encastra en una posición cómoda dentro de la pareja. Además, su pasado anarquista lo hace chocar con el partido bolchevique, y cuando lo acusan de corrupción, Vassilissa deja su trabajo para ayudarlo. Es un trabajo de contención que aquel jamás devuelve, sino que comienza a sobre-explotar sin miramientos, rompiendo acuerdos del vínculo que, libre y todo, no dejaba de ser tácitamente monogámico.
Cuando Volodya consigue un puesto de director en otra provincia, la historia muestra con claridad cómo algunos revolucionarios se vuelven conservadores, y cómo las relaciones de género también retroceden si no se sostienen con cambios estructurales. La bolchevique enamorada de Kollontai da cuenta del regreso de antiguas jerarquías, la desigualdad bajo nuevas formas y las trampas emocionales se vuelven los engranajes de una máquina de captura que inhibe los potenciales emancipatorios de la revolución.
La familia tradicional, el amor romántico y la pareja monogámica son algunas de estas máquinas de captura. Estas máquinas trabajan silenciosamente, no desde la represión directa sino desde el afecto, el cuidado y las expectativas; es decir, desde la psiquis. Así, moldean subjetividades que se adaptan, se subordinan y reproducen relaciones de dominación incluso en un contexto revolucionario. Kollontai muestra que sin una revolución de las pasiones, sin una transformación radical de cómo deseamos y nos vinculamos, la revolución corre el riesgo de ser capturada por las formas del pasado.
Volviendo al futuro
Finalmente, Vassilissa logra atravesar su fantasma inconsciente fundamental, que es lo que sostiene su deseo y determina su forma de gozar, en términos lacanianos. Al final de la novela, Visya corta con Volodya (¡luego de tenerle una paciencia admirable!).
Nuestra protagonista no se hunde en la tristeza ni se queda en el campo: regresa a la ciudad, al centro de la revolución. El retorno a la "civilización comunista" tiene una fuerza casi aceleracionista, en la medida en que refuerza su dimensión utópica feminista. Allí no solo se reencuentra con su trabajo de funcionaria (o militante orgánica del Estado "revolucionario"), sino que se convierte en una figura que resuelve los conflictos afectivos de sus vecinos, como una suerte de mediadora de los problemas del amor bajo el socialismo que externaliza la sabiduría afectiva acumulada en la experiencia vincular. Conflictos que, antes del viaje adonde Volodya, estaban trabados para nuestra revolucionaria.
La separación la reconecta con su amiga Grusha, que venía insistiendo con su "amiga, date cuenta" hacía rato y le felicita el giro a Vasya:
—Sí —convino Grusha—; para nada necesitas al «director». Eso es lo peor de todo; el modo como nuestros hombres desertan para convertirse en directores. Pero no te sientas desgraciada, Vasya. ¡Quedan muchos más de los nuestros! Fíjate en esos que no pertenecen al partido. Entre ellos encontrarás comunistas de verdad, proletarios comunistas sinceros.
Embarazada del hijo de Volodia, decide no volver a vincularse con él, pues ahora apuesta por su autonomía reproductiva, y funda una casa-cuna: un proyecto colectivo, capaz de mantenerse a sí mismo (aun con "los subsidios, las contribuciones, los salarios a los empleados profesionales" que proveería el Estado), para madres trabajadoras donde se socializan las tareas de cuidado, mientras los hombres se aburguesan. Este es el refuerzo dimensión utópica del texto: hay salida, parece decir Kollontai, si las mujeres pueden reapropiarse de sus cuerpos, sus deseos y su reproducción. Es bastante ilustrativo el diálogo final en este sentido:
—¿Por qué? ¡Que crezca el niño! No necesito al hombre. ¡Eso es lo único que ellos pueden hacer: ser padres! Mira a la mujer de Fedosseyev con sus tres hijos; eso no le ha impedido a su marido irse con Dora.
—¡Está bien! Pero ¿le vas a educar tú sola?
—¿Yo sola? No, toda la organización. Voy a organizar una casa-cuna. Tú vendrás conmigo. A ti también te gustan los niños. Será nuestro nene. Lo tendremos en común.
Otra vez se echaron a reír.
—Ahora, querida Grusha, tengo que ponerme a hacer mi equipaje. El tren sale por la mañana temprano. Mañana vuelvo al trabajo. Voy a organizarlo todo conforme a mis ideas. Estéfano Alexeyevitch me ha dado su bendición. ¡Otra vez a trabajar! Grusha, ¿te das cuenta de la alegría que eso significa?
Cogió a Grusha por las manos y se pusieron a bailar como dos niñas. Casi tiraron un maniquí. Se echaron a reír ruidosamente. Hasta los que vivían en el patio podían oírlas.
—¡Vivamos, Grusha, vivamos!
Este proyecto encarna en Vassilisa una nueva subjetividad revolucionaria femenina, coherente con la visión de Kollontai. Como escribe en Autobiografía de una mujer emancipada (1926), la mujer liberada no se define por su rol en la familia o el amor romántico, sino por el "valor de trabajo útil que desempeña" la mujer "como ser humano, como ciudadana, como pensadora, como luchadora". Al fundar su institución colectiva orientada al cuidado, Vassilissa trasciende el drama personal y contribuye activamente al proyecto socialista, ahora desde una perspectiva feminista transformadora. En ese sentido es interesante pensar que, tras su estadía en el pantano de los fantasmas del pasado, Vasya no vuelve a "lo real", al verosímil de lo posible, sino que logra destrabarlo para reactivar su fantasía y reanimar a los fantasmas del futuro.
memento mori!