En nuestro primer encuentro Tecnologías par un mundo nuevo del Polo Técnico de Izquierda, uno de lxs expositorxs invitadxs, cuando se le preguntó cómo se podía vincular su idea con una prefiguración tecnológica, hizo un gesto de confusión y le dijo en voz baja a alguien al lado suyo: "¿qué es eso de la prefiguración?". Ese pequeño glitch de la jornada nos hizo reflexionar sobre dos aspectos. Por un lado, en que a veces damos muchos conceptos por sentados, quizá por evitar la incomodidad de tener que delimitar un significado colectivamente, quizá también porque nuestros lenguajes militantes a veces tienden a convertirse en pequeños dialectos de nicho. Por otro, este sútil desencuentro nos dejó rumiando sobre la importancia estratégica de una prefiguración tecnológica que, en la medida en que se desarrolle y acuerde en nuestras prácticas colectivas, se vaya volviendo transversal a nuestras organizaciones (y proyecciones) políticas y sociales.
Ahora bien, en vistas de despejar la duda del compa de una manera más o menos general, podemos tratar de definir primero qué es la prefiguración. Hay quienes remontan su origen al anarquismo; hay quienes trazan su continuación en el Hombre Nuevo de Guevara; como sea, es claro que tiene antecedentes teológicos y, por lo tanto, que se trata de una práctica espiritual.
En rigor, tiene que ver con llevar a la práctica relaciones sociales que vayan gestando aquí y ahora el mundo que queremos. Es decir, las políticas prefigurativas son modos de organización y tácticas asumidas que reflejarían el futuro de la sociedad que pretendemos quienes las llevamos adelante. Es, pues, una propuesta tanto ética como política, contrapuesta a lo que Horkheimer llamó "la razón instrumental".
Claro que, de alguna manera, algunos detalles finitos de la prefiguración van a variar según las definiciones estratégicas de cada subjetividad militante, ya sea colectiva o individual. Si en un mundo sin clases yo me imagino que la sociedad se organiza a través de asambleas más o menos territoriales, y otra persona se imagina que se organizaría más bien en sindicatos democráticos continentales, por ahí prefiguremos relaciones sociales distintas. Pero en lo general, lo que nos une a las izquierdas es la búsqueda de un sistema libre de explotación humana, y en ese sentido en la mayoría de los casos podemos prefigurar relaciones sociales ajenas a la ley del valor y a la competencia, donde el apoyo mutuo y la solidaridad de clase sean los valores que rijan tales relaciones.
Por eso la prefiguración, cómo ética y táctica militante, puede aplicarse de alguna manera a casi todos los aspectos de la vida social, por lo menos de manera tendencial o ideal. Siempre y cuando se tenga en cuenta que esas relaciones sociales nunca se darán de forma plena bajo el sistema de producción y reproducción social capitalista, donde rigen de facto otros valores.
Habiendo aclarado esto, para hablar de una prefiguración tecnológica tenemos que hacer cierto diagnóstico también de la tecnología. O, en otras palabras, del desarrollo técnico-tecnológico como proceso históricamente determinado. Desde el PTI convenimos que la tecnología no es neutral, es decir, no es buena o mala dependiendo cómo o quién la use. Desde el momento en que se diseña incluye una carga cultural, histórica, política y de clase. Su desarrollo está orientado, en ese sentido, a moldear la realidad de acuerdo a objetivos que son políticos, aunque muchas veces esta orientación sea impersonal (y no fruto de una conspiración). Lo cierto es que cuanto más avanza el desarrollo de la técnica, más desigual es también su acceso e inviable la posibilidad de lidiar con sus repercusiones negativas, lo que también profundiza la desigualdad y la explotación. En el desarrollo de las fuerzas productivas, ante la contradicción entre solventar necesidades sociales y aumentar la ganancia, la que prevalece es la segunda. Creemos que en comunismo la tecnología puede acompañar en la realización de una vida plena, libre de explotación como decíamos: no somos luditas. Pero sí vemos que bajo el capitalismo es fuente de alienación, despojo, explotación y ecocidio.
En eso estamos de acuerdo, en general, con buena parte de las izquierdas que problematizan lo tecnopolítico de la dominación capitalista, basada a su vez en la separación del trabajo manual y el trabajo intelectual o cognitivo.
Pero en contraposición a otras propuestas, no creemos que por lo que acabamos de decir la construcción de un mundo postcapitalista implique la negación total del desarrollo técnico capitalista, ni que -por decirlo mal y pronto- haya que inventar de nuevo la rueda para hacerla anticapitalista. Nosotrxs la pensamos, quizá, de una manera más dialéctica: no hay desarrollo que no incluya, en su seno, un potencial emancipatorio, aunque sea propocionalmente menor al potencial desplegado para la dominación.
Es a través de ese resquicio que buscamos la reapropiación social de la tecnología como herramienta de organización y pretendemos, a su vez, orientar la investigación y la aplicación de los avances científicos y técnicos al servicio del pueblo y las necesidades sociales. Ese puente de ninguna manera aparece por arte de magia en el proceso de lucha, sino solo a través de tomar su objeto -llamémosle, provisoriamente, la liberación del conocimiento humano respecto del capital- como frente de lucha.
Pero esto implica no dar por hecho el desarrollo tecnológico sino estar problematizándolo todo el tiempo. Solo de esta manera podremos detectar su potencial emancipatorio y evitar reproducir, tanto hoy como pasado mañana, su carga opresiva "bajo control obrero" (que en gran parte de la izquierda quiere decir bajo control partidario).
Es de esta manera que pensamos la prefiguración tecnológica: las relaciones sociales bajo las cuales producimos tecnología tienen que prefigurar de algún modo tanto la sociedad que queremos, como la tecnología que consideramos necesaria y provechosa para la construcción de un mundo nuevo y deseable. Si relaciones de producción antagónicas tienden, incluso impersonalmente, a producir tecnologías que profundicen ese antagonismo, relaciones sociales fraternas, solidarias, y ancladas en la lucha y la organización contra el capitalismo, tenderán a producir tecnologías de tal costal.
Esa es nuestra hipótesis y nuestra propuesta.
Sin embargo, no nos podemos quedar en el ámbito de la producción. Mucho menos bajo este mundo tan tecnificado donde las máquinas se han vuelto una prótesis fundamental, por no decir imprescindible, del tejido social globalizado. Además de preguntarnos quiénes fabrican los productos tecnólogicos, tenemos que preguntarnos cómo, con qué recursos, para qué y para quiénes.
Tomemos un ejemplo concreto. La tecnología asumió un rol en nuestras vidas que se ha vuelto imposible de subestimar. Nuestra relación con los celulares, con las redes sociales digitales, con nuestros trabajos y con nuestro acceso a bienes de consumo de supervivencia se ve cada vez más mediatizada por la tecnología que produce el capitalismo.
En ese sentido, la mediación tecnológica cumple cada vez más un rol subjetivante (y alienante) sobre nosotrxs, que vemos nuestras formas de vinculación comunitaria reemplazadas y enajenadas por la digitalización de las redes sociales. Como toda relación social, los avances tecnológicos nos subjetivan como seres humanos. El uso permanente de las redes sociales digitales, programadas para retener nuestra atención el mayor tiempo posible, por ejemplo, nos hace participar de ellas de una manera en la que buscamos también nosotrxs retener la atención del otro el mayor tiempo posible.
Casi sin que nos demos cuenta, nos pone a jugar al juego de la competencia mercantil y cada cuenta es una empresa que lucha contra las otras por colocar su mercancía atensiva (su contenido), por poner un ejemplo de como estas relaciones sociales mediatizadas por productos tecnológicos nos subjetivan como humanidad.
Los dueños de estas redes sociales y de internet en general -Meta, Elon Musk, Google, etc.- lo saben, y aprovechan estas máquinas de subjetivación social bajo sus propios intereses y bajo distintos mecanismos, entre los que la censura, la vigilancia, la fragmentación de la audiencia, la dirección del flujo de contenidos fragmentarios, la construcción de agenda y la sobre-representación de propagandistas afines son moneda corriente.
En este aspecto, nos debemos una investigación de qué balance hicieron los grandes capitales tecnológicos de los movimientos digitales masivos como el #MeToo y la cuarta ola feminista. ¿Cómo hicieron para reconvertir esas dinámicas de masificación (aun teniendo en cuenta que antes hubo una poderosa construcción presencial) bajo sus propios contenidos programáticos? ¿Será de ese modo que desarrollaron mecanismos de censura en sus plataformas, capaces de evitar que algo así vuelva a estallar en sus jardines internéticos? Después de todo, quien controla el algoritmo controla la dopamina.
Por eso al tiempo en que habitamos estas redes (porque contradictoriamente es ahí donde, a duras penas, se constituye lo público: ¡en una plaza corporativa enajenada!), quizá convenga empezar a relacionarnos con y a través de productos digitales que prefiguren un mundo nuevo, es decir, que hayan sido producidos por relaciones sociales medianamente prefigurativas, de manera que podamos autodeterminar aunque sea un poco más nuestros procesos de subjetivación social emancipatoria. Necesitamos rehabilitarnos del internet corporativo y criptofascista.
Para seguir con el ejemplo (y abrir el debate), podemos intentar dar nuestra disputa de sentidos en Twitter, a pesar del shadowbanning que reciben nuestros discursos. De usuario a usuario tenemos la posibilidad de establecer ciertas discusiones que vayan socializando nuestra línea. Pero, al mismo tiempo, podemos intentar forjar una comunidad de Mastodon, con instancias o servidores propios, delimitando nuestras propias lógicas de circulación de discursos y afianzando nuestros vínculos digitales. El Fediverso es uno de los tantos bienes digitales prefigurativos que encontramos por fuera de las GAFAM.
Aunque parezca una movida tecnojipi, la construcción autodeterminada de comunidades digitales es algo que funciona en términos políticos. Desde 4chan hasta los canales de streaming por Youtube, la derecha (capitales transnacionales y agencias de inteligencia mediantes) aprovechó esa estrategia para curtir un núcleo duro que vaya del nicho a la disputa por el debate público. Con esto entendieron que la subjetivación social y política es siempre un proceso centrípeto y centrífugo a la vez, endogámico y exogámico al mismo tiempo. Es una discusión que, en nuestro espacio, no tenemos saldada: ¿el Fediverso es un sitio para descansar o puede tener un rol estratégico?
Acá pues, volviendo de la digresión, podemos empalmar la disputa política con la prefiguración tecnológica.
Desde el PTI encaramos, actualmente, distintos proyectos que prefiguran una tecnología propia de relaciones sociales anti y post-capitalistas. Por un lado, estamos desarrollando sensores que miden la contaminación fluvial y están siendo aprovechados en un procesos de recuperación ambiental de un arroyo en un barrio popular. El proceso socioambiental tiene diez años, su complemento tecnológico es más nuevo. Por otro lado también estamos desarrollando un detector de errores para radiotransmisores, orientado fundamentalmente a las radios de los medios de comunicación popular, alternativa, comunitaria y desde el territorio. Finalmente, nuestro más reciente proyecto es un dashboard obrero, en el que aprovechamos el análisis de datos de la economía para medir cuánto pierden los salarios contra la inflación según los convenios colectivos de cada sindicato.
Todos nuestros proyectos están hermanados a los intereses de la clases populares y, sobre todo, son hijos de nuestras necesidades orgánicas. En este caso, distintas luchas socioambientales, de comunicación popular y sindicales, en su despliegue y expansión, van precisando sus "complementos" tecnológicos para los cuales hacen falta cuadros de la clase (el quiénes) que puedan ofrecer un desarrollo técnico orientado a tales fines (el para qué) y tales necesidades populares (el para quiénes) y que decidan asamblearia y cooperativamente bajo qué condiciones y bajo qué ética (el cómo) desarrollar tales productos tecnológicos.
El diseño tecnológico muchas veces está pensado desde una perspectiva paternalista: quienes tienen un problema a resolver muchas veces enajenan la solución a un cuadro técnico que no necesariamente sufre ese problema. Nuestra idea es ir superando esa separación a través del diálogo y la afinidad política, repensando cómo se construye y distribuye el conocimiento, para no caer en el solucionismo tecnológico; es decir, en la creencia de que la tecnología puede resolver problemas sociales y políticos. En una escala ampliada por el largo plazo, de alguna manera, así funcionaría la matriz tecnológica del ecosocialismo.
Podemos darnos cuenta, desde esta perspectiva, que no somos lxs únicxs curtiendo una prefiguración tecnológica en el basto campo de la inventiva de la clase trabajadora. En ese sentido tenemos mucho por recorrer, articular y construir. Sí, quizá, lo que nos distinga por ahora sea nuestra convicción de que la lucha contra la enajenación impuesta por el capitalismo no es un problema meramente tecnológico sino social y político y, por lo tanto, la organización social y política es fundamental para dar esa pelea.
En ese sentido, vemos necesario que los cuadros técnicos de los que hablamos se organicen en torno (se vuelvan orgánicos) a las luchas propias de la clase en su conjunto. Y valga el énfasis: somos de izquierda, sostenemos que tal organicidad tiene que ser independiente de las organizaciones políticas del empresariado, orientadas siempre a la cooptación y adaptación de las distintas experiencias populares a los intereses del capital. Por más prefigurativas que se hayan propuesto tales experiencias, las alianzas entre clases solo licuan nuestra potencia emancipatoria.
Únicamente una perspectiva anticapitalista y revolucionaria de nuestros procesos de lucha puede generar las condiciones de reapropiación popular de la técnica y la tecnología en contradicción con su subsubción al capitalismo.