A comienzos de década se dio un debate en la New Left Review en torno a la época histórica que estamos atravesando. Los contendientes discutían si estamos transicionando hacia el tecnofeudalismo, al cibercapitalismo o si, en cambio, este no es más que otro momento del viejo capitalismo de siempre. El núcleo duro del debate, más allá de los epítetos de fuerza mediática, mide el equilibrio entre la acumulación de capital por medios rentísticos o por medios productivos. Mientras la hipótesis tecnofeudal argumenta que la concentración corporativa de las grandes empresas tecnológicas se da más por medios "extraeconómicos" (léase medios políticos, desposesión, expropiación), Morozov y cía. rebaten que sigue siendo la producción y la explotación económicas las que rigen el modo de acumulación.
EL ESTADO DEL MALESTAR
De fondo, se puede observar un debate sobre el rol del Estado en la economía capitalista. Morozov, en su Crítica al tecnofeudalismo, repara en que, en realidad, el capitalismo nunca acumuló solo a través de medios puramente económicos, como supone Brenner, y discute la noción de que el ascenso de las plataformas digitales se ha producido a costa del desempoderamiento del Estado, cuya soberanía se encontraría parcelada entre muchos tecno-barones:
"Este puede ser el caso de los países europeos o latinoamericanos más débiles, que han sido prácticamente colonizados por las empresas estadounidenses en los últimos años. Pero, ¿puede decirse lo mismo de los propios Estados Unidos? ¿Qué hay de los vínculos de larga data entre Silicon Valley y Washington, cuando tenemos al antiguo ceo de Google, Eric Schmidt, dirigiendo el Defense Innovation Board, un órgano asesor del mismísimo Pentágono? ¿Y qué decir de Palantir, la empresa cofundada por Peter Thiel, que proporciona nexos esenciales entre las políticas de vigilancia de Estados Unidos y la tecnología estadounidense? ¿O del argumento de Zuckerberg en virtud del cual la ruptura o fragmentación de Facebook envalentonaría a los gigantes tecnológicos chinos y debilitaría la posición de Estados Unidos en el mundo?"
Quienes leímos algo sobre la teoría de la derivación del Estado, particularmente a Hirsch y su caracterización del Estado nacional de competencia no podemos sino coincidir con la atención que Morozov otorga a la geopolítica. El estado personifica las necesidades impersonales del capital y puede (y debe), en ese sentido, hacer grandes sacrificios humanos y económicos para favorecer a los sectores de la economía capaces de competir y prevalecer en mercado global.
Los defensores de la hipótesis tecnofeudal señalan, en respuesta, que los rasgos monopolísticos de las grandes empresas tecnológicas se basan ya no solo en la valorización de sus mercancías digitales (o activos intangibles), sino sobre todo en su capacidad de control social. Durand le contesta a Morozov que
"estamos en presencia de un mecanismo de causalidad acumulativa, según el cual los potenciales monopolistas intelectuales invierten e innovan para acumular activos intangibles que generan formas de control social. La expansión sistemática de su monopolio del conocimiento otorga a estas empresas una fuente de poder potencialmente ilimitada, que puede dar lugar a intercambios de mercado desiguales o asimétricos".
Ambas posiciones coinciden, de todos modos, en que efectivamente hay una transferencia de importantes funciones políticas desde el Estado a las bigtech y a los capitales gestores de activos como BlackRock, Vanguard o State Street; estos enormes poseedores no solo son los mayores accionistas de las cinco empresas tecnológicas más ricas sino que además se encargarían, por ejemplo, de la lucha contra el cambio climático. Incluso han desarrollado una inteligencia artificial que define dónde conviene invertir y dónde no.
Pero no se puede descontar, por un lado, el hecho de que es el propio Estado el que garantiza el marco jurídico para la expansión de estos capitales o que de hecho favoreció su acumulación originaria. Por otro lado, debería tenerse en cuenta la propia historicidad de la forma Estado, que le permite reconfigurar sus funciones según el ciclo capitalista en curso. Así como es impensable la transición del keynesianismo de posguerra al neoliberalismo finisecular sin el rol trascendental del Estado, tampoco podemos imaginar que, estando en presencia de Estados cada vez más poderosos a nivel mundial, no cumplen un rol fundamental dentro de las dinámicas contradictorias del capital.
LA ANEMIA DEL TRABAJO VIVO
Otra de las caracterizaciones comunes en ambas posiciones del debate, aunque implícita, es la crisis en la valorización del valor. La gran recesión de finales de los 2000 solo es la culminación preliminar de una crisis prolongada mucho mayor, que irrrumpió al finalizar el boom de postguerra en los años 70. Desde entonces, el capitalismo mundial viene decayendo. Durante casi cinco décadas, se ha mantenido a flote por medio de la deuda, la externalización, la austeridad, la privatización y la depresión salarial, pero ni siquiera este tratamiento integral de los síntomas ha logrado detener el estancamiento mundial en curso.
Salvo por las empresas mencionadas, nos encontramos encadenados a un cementerio global de las llamadas empresas zombis que bregan con bajos niveles de productividad y rentabilidad y se mantienen con vida gracias al crédito barato proporcionado por gobiernos que tratan desesperadamente de evitar las consecuencias políticas de lo único que podría generar la base para una recuperación económica, a saber, una destrucción de capital a gran escala, lo que históricamente se traduce en guerras y genocidios.
Frente a esto, Durand y Varoufakis dirán que lo que prevalece es la renta, es decir la redistribución hacia arriba el valor por medios extraeconómicos. En cambio, Morozov propone que esta 'renta' no es más que la captura del plusvalor producido en otra parte. Para él, "presentar a estas empresas automatizadas como «rentistas» y no como verdaderamente capitalistas es despojar de su esencia a la tesis de Marx sobre la competencia capitalista; es precisamente el constante impulso de la automatización (para reducir costes y aumentar la rentabilidad) lo que explica el constante flujo de capital hacia las empresas más productivas".
Ya los críticos del valor postularon que desde hace varias décadas el capitalismo entró en una fase de declive y que ha ido perdiendo cada vez más su rentabilidad, ya que es un sistema que consiste esencialmente en el hecho de transformar el trabajo vivo (más específicamente el lado abstracto del trabajo) en valor, cuya forma visible es el dinero. Pero desde el inicio este proceso contenía una contradicción: que sólo el trabajo en el momento de su ejecución crea ese valor. Sin embargo, la competencia empuja al uso de tecnología y este hecho aminora la parte de trabajo vivo, lo que hace que disminuya a su vez el valor.
Desde siempre, el Estado y el mercado han resuelto esta contradicciones mercantilizando aun más aspectos de la vida. El propio neoliberalismo y su privatización de servicios públicos como la salud, la educación, los cuidados, etc. puede leerse como un claro ejemplo de esa dinámica.
Pero también el neoliberalismo y sus contradicciones geopolíticas en términos técnico-militares favorecieron una masiva monopolización de la producción tecnológica, que habilitó que los CEOs de estas grandes empresas bigtechs y gestoras de activos no solo se fusionen cada vez más con el Estado, sino que además permite una aceleración de la productividad tecnológica, traducida en una desaceleración del valor, que implica fenómenos de ultra-neoliberalismo como el que vivimos en Argentina. La velocidad del machine learning es directamente proporcional a la velocidad fascista con la que todo se mercantiliza; el Estado capitalista ya no tiene tiempo para consensos democráticos ni concesiones al populacho.
Cecilia Rikap interviene en el debate para dar cuenta cómo
"esta espectacular concentración de inteligencia digital representa una barrera de entrada cuasi insuperable para otras empresas, especialmente cuando los activos tangibles necesarios para recopilar y procesar los datos, como los centros de datos y los cables submarinos, están cada vez más concentrados en menos manos. Esta masa de datos no solo es enorme, sino también diversa, lo que desencadena economías de escala; las oportunidades de monetizar los datos aumentan cuando se cruzan distintas fuentes de datos. Esta enorme masa de dato es procesada por los algoritmos de inteligencia artificial más avanzados, que también se mantienen en secreto. Estos algoritmos aprenden y mejoran por sí mismos a medida que procesan más datos, lo que acelera aún más la innovación. Se crea así una industria de alta velocidad en la que las tecnologías patentadas quedan obsoletas para cuando otras empresas pueden leerlas. En términos económicos, los algoritmos de aprendizaje automático son medios de producción que se mejoran a sí mismos; en lugar de depreciarse, su valor aumenta con el uso. El resultado es que funcionan como un mecanismo de monopolio que se fortalece a sí mismo."
LA SOCIALIZACIÓN CIBERNÉTICA
Pero la acelerada mercantilización de todo no alcanza. La productividad tecnológica y su consecuente automatización también implican la obselescencia de fuerzas productivas precedentes. Esto no solo quiere decir fábricas abandonadas o comercios fundidos, sino también una masa cada vez mayor de población sobrante. Tengamos en cuenta que la principal fuerza productiva del capital es, precisamente, el ser humano explotado: el trabajo vivo.
Por eso es impensable que podamos seguir sin Estado, o que el estado vaya perdiendo gradualmente su soberanía, cuando es la única entidad capaz, justamente por su caracter "democrático", de movilizar tropas regulares, campos de concentración, policías migratorias y otros dispositivos de gobierno y gestión de poblaciones. El neo-fascismo cada vez más explícito que estamos viviendo es, entonces, una expresión de estas dinámicas contradictorias del capital. Que un CEO se rebaje a las patéticas performatividades del político reaccionario tiene que entenderse de esta manera: Estado y empresas tecnológicas son dos caras jánicas del capital en tanto imperativo de control social y en tanto imperativo de maximización de la ganancia y la renta monopólicas.
En este estado de situación, la cibernética cumple un rol fundamental. El término «cibernético» deriva, como es sabido, del griego kubernētikós, o «timonel», hallándose relacionado etimológicamente con «gobernar». Su acuñación, sin embargo, data de 1940 y surge del trabajo de un grupo de científicos, ingenieros y técnicos en el corazón del complejo militar estadounidense. La gobernanza cibernética enfatiza, pues, en la unidad de las comunicaciones y el control. Recordemos que Internet es originalmente una creación del mismo complejo militar estadounidense, y que jamás dejó de financiar a sus empresas.
La racionalidad técnica o instrumental de la modernidad capitalista ya estaba prefigurada en el aforismo baconiano scientia potesta est ("el conocimiento es poder"). Durante siglos la ciencia estudió la naturaleza para extraer secretos que pudieran conducir a la predicción y al control para establecer "el Imperio del Hombre sobre la creación". El vuelco posmoderno quizá consistió en que ahora el propio ser humano es objeto de la técnica.
En su texto Capital y cibernética, Thimoty Strom recuerda que la DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency), la NASA (National Aeronautics and Space Administration) y la NSF (National Science Foundation) financiaron la investigación del Departamento de Informática de la Universidad de Stanford sobre la gestión de grandes sistemas de datos, incluidos los primeros trabajos de los estudiantes de posgrado Sergey Brin y Larry Page (los fundadores de Google), que condujeron al desarrollo de su rastreador web y de su algoritmo de clasificación de páginas en 1996. Las ciencias sociales y comportamentales cumplen también un rol fundamental en este aspecto, como demuestra el trabajo financiado por las bigtechs del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias de la Conducta (también de la Universidad de Stanford), especializado en la antropología, la economía, la ciencia política, la psicología y la sociología.
El texto de Strom da cuenta de la cibernética como el modo de gobernanza específico del momento actual del capitalismo globalizado. Pero, aunque esta gobernanza esté en gran medida a cargo de las grandes empresas tecnológicas, el autor argumenta contra la razón tecnofeudal observando que
"el sector de la cibertecnología es inequívocamente capitalista; está impulsado por la competencia, la inversión y la innovación y se halla sujeto a burbujas y booms especulativos inéditos en el feudalismo, aunque también se caracteriza por prácticas supuestamente no capitalistas pero que nos resultan perfectamente familiares como la monopolización, la manipulación del mercado, el nacionalismo preferencial y la proximidad al complejo militar-industrial".
Que por momentos la extracción rentística prevalezca sobre la explotación directa de plusvalor no anticipa una crisis terminal del capitalismo ni el traspaso hacia un modo de producción radicalmente nuevo; en todo caso anticipa, insisto, guerras y genocidios, quizá revoluciones, tal como se ha visto en los últimos siglos. Como comentaba en un ensayo previo, la historia del capitalismo es una ciclidad entre producción y destrucción.
La novedad cibernética es la capacidad de lo que Strom llama el complejo de seguridad nacional [gringo], tecno-financiero y de entretenimiento-vigilancia de instrumentalizar los fenómenos sociales existentes y preexistentes para predecir comportamientos humanos y manipular las contradicciones sociales.
Así, la lucha de clases en un país periférico puede ser comprendida en su folklore y, en base a este conocimiento, el poder puede inferir e incidir en las subjetividades contradictorias para su propio beneficio, dejando obsoletos por su propia predictibilidad las formas de lucha ya conocidas. Otros textos publicados en la New Lef Review como Filtrar la disidencia (2016) pero también el caso de Cambridge Analytica (2014) exponen claros ejemplos de ello. Ya en 2025, estos mecanismos cibernéticos de dominación se han vuelto cada vez más evidentes y hasta obscenos, hasta el punto de que su omnipotencia cuasi distópica ha sido normalizada espectacularmente -en el sentido debordiano del término- por sociedades pretendidamente democráticas.
LA PREGUNTA POR LA AGENCIA
Quizá sea demasiado temprano para llegar a un consenso sobre si esto sigue siendo neoliberalismo, cibercapitalismo, tecnofascismo o lo que sea. Sin embargo, podemos concluir provisoriamente este informe asumiendo que la lenta degradación del capitalismo moderno y las aceleradas innovaciones del tecnopoder implican una serie de transformaciones y contradicciones que, quizá, exigen una respuesta antagónica a la racionalidad técnica-instrumental. Aunque se nos presente como una tarea titánica, debemos pensar subjetividades en lucha que reduzcan su grado de predictibilidad por parte del poder computativo. Si esto implica forjar nuestra propia cibernética comunista, construir el programa de un ecosocialismo automatizado o simplemente prefigurar relaciones sociales rehabilitadas de la digitalidad enajenada, son discusiones que cada sujeto político en lucha debe darse.
Lo cierto es que no se están restaurando características fundamentales del sistema feudal: el imperativo de la ganancia, la ley del valor, la mercancía, es decir, las características nucleares del capitalismo siguen intactas y cada día consolidan su hegemonía en todo el mundo. Lo que sí hay que tener en cuenta es que las formas de lucha que prevalecieron durante el siglo pasado, incluso en sus últimas décadas, ya han sido absorbidas por la cibermaquinaria capitalista y, en su mayoría, se nos presentan muy limitadas, cuando no obsoletas.
Lo que queda es experimentar.
memento mori!