La prudencia [ensayo]

Algunas preguntas y reflexiones ético-políticas sobre la amistad, la militancia y el nivel de exposición.

“Experimenten, pero es necesaria mucha prudencia para experimentar”,

Deleuze y Parnet, 1996.

MILITANCIA, AFECTOS E IDENTIDAD

Pienso mucho, cada tanto, en la vez que un amigo me mencionó la importancia de la amistad como herramienta política, o algo así. No siguió el razonamiento porque de entrada le respondí, creo, que si militaba en una organización de 300 compas era imposible que me hiciera amigo de todxs. Sin embargo, creo que el hilo argumentativo iba por otro lado. De hecho, cuando me acuerdo del enunciado, entro a preguntarme por dónde y termino perdido en una bruma. ¿Cuál es la relación entre la amistad y la militancia? ¿Cómo se entrecruzan ambas afecciones?

El colectivo inglés Endnotes, en el prólogo a su Historia de la separación, postula que «hoy en día uno suele agitar las banderas del comunismo o del anarquismo, no sobre la base de una identidad franca, sino más bien debido a las contingencias de la amistad». No puedo sino ligar este subrayado con la hipótesis de Danila Suárez Tomé y Laura Belli en su libro Filosofía de la amistad, según la cual una de las particularidades de la amistad es «su centralidad en la construcción de la propia identidad de las personas»; la contribución de la amistad es central, enfatizan, «en la determinación de quiénes somos y quiénes queremos ser». ¿Se puede separar, entonces, la identidad franca de las contingencias de la amistad? Porque, en el fondo, ¿qué es la identidad militante sin la construcción de la red afectiva en la que se encuadra y a la que, de alguna manera, se es orgánico?

El tema en la construcción de esa identidad quizá sea, sin embargo, la dificultad a la hora de separar el proyecto político de una cuestión de fe, más que de un saber crítico. Porque al final eso es también la amistad en tanto praxis vincular humana: una cuestión de fe. Nunca podemos saber del todo qué entiende tanta gente (o si entiende siempre lo mismo) por anarquismo o comunismo, qué implica en la práctica cotidiana, cuáles son los pormenores de la táctica y la estrategia, etc. No solo porque todos esos debates se dan a través de la comunicación, práctica muchas veces sobredeterminada por su complejidad inherente y/o subejecutada por su falta de herramientas y estructuras expansivas, sino también por el estado de fragmentación cognitiva en el que se encuentra la sociedad capitalista contemporánea de la cual somos la parte subordinada.

LA TRAICIÓN ES UN OSCURO CLÍMAX

Pero vayamos a otra espesura. Dicen las filósofas más adelante: «la entrega y la apertura que precisa la amistad para la construcción de una intimidad [condición necesaria en la amistad, incluso en la amistad entre compas] se encuentran en constante peligro de ser traicionadas». Constituir una amistad, argumentan Belli y Suárez Tomé, es exponernos a la posibilidad de que nos engañen, nos traicionen, abusen de nuestra confianza, nos lastimen. Si así es en la amistad, más todavía lo es en formas de compañerismo más laxas o abstractas.

Quizá por eso, como propone Endnotes, la historia de los movimientos políticos de emancipación sean también la historia de la traición1. El colectivo inglés entiende que atribuir las derrotas del movimiento obrero «a las fallas morales de organizaciones e individuos" implica "una concepción heróica de la historia» que, al mismo tiempo, «delimita el espacio negativo del héroe» y configura, así, cierto ethos militante. Con Endnotes se puede deducir que las figuras del traidor y el héroe son la contracara de una discursividad épica y voluntarista2.

Este modo de leer la historia desde el género épico con su batería de figuras románticas, a través de la cual la propaganda occidental modela sujetos morales (héroes, traidores, mártires, sacrificios pasionales y aventuras colectivas, frases motivacionales, etc.), la mayoría de las veces viene a cubrir debilidades críticas de cada subjetividad política. Sobre todo, cuando las organizaciones o individuos fetichizan sus propias prácticas. Es decir, se olvidan de que así como cierta praxis sirvió para cierto contexto histórico quizá ya no sirva para otro, y desatiende de esta manera los problemas teóricos. Así, otra vez, nos encontramos frente al problema de la fe, más que a una disposición crítica o "científica" (si todavía consideramos las ciencias sociales como tales) en torno a las relaciones humanas y al sistema capitalista en particular. Para decirlo más sintéticamente, traiciona aquel en quien se deposita la confianza.

Lo que quiero sugerir con esta disgresión es la necesidad de pensar la vinculación humana por fuera del pathos épico y por dentro de un espíritu crítico que nos permita aprender de nuestros errores y derrotas, afectivas o políticas, sin caer en la neurosis pasional con la que muchas veces, siguiendo el hilo rojo de la historia con el que tejemos nuestras banderas, más que encontrar la salida al laberinto, terminamos frente a las fauces psíquicas del minotauro. Veámoslo un poco con tus ojos...

La traición de un vínculo, político o amistoso, la mayoría de las veces puede leerse como el momento catártico en el que se expresan, con toda su intensidad pasional, las contradicciones irresueltas constitutivas del propio vínculo3. Siguiendo un viejo binomio marxista, esas contradicciones entre las partes involucradas pueden ser subjetivas (es decir ideológicas, psicológicas, afectivas, de formación, etc.) u objetivas (es decir relativas a la distribución de poder que establece la sociedad de clases, heteropatriarcal, etnocéntrica, etc. en la que vivimos). Si esas contradicciones, implícitas o explícitas, no se investigan colectivamente ni se tratan críticamente, el momento de la traición no hace más que procrastinarse.

Sin embargo, un racionalismo extremo no resuelve «la fundamental interdependencia del ser humano, su vulnerabilidad constitutiva y su necesidad de comunidad» que señalan Belli & Suárez Tomé. Si bien la intimidad amical (y/o la afinidad política) constituyen un espacio de confort compartido, argumentan Suárez Tomé y Belli, «cada parte pone ciertas expectativas en acción, y configura determinada narrativa propia, que pueden verse desafiadas por ese otro -el amigo- que no puedo calcular ni aprehender del todo»; a ese otro yo agregaría al compañerx, a la organización afín o a la expresión política con la que se fraterniza y se establecen alianzas. Más que racionalizar fría y "matemáticamente" todos aspectos de una relación potencial, cosa tan imposible como indeseable, nos convendría (re)empezar a (re)pensar una ética vincular. La filosofía spinoziana de los afectos tal vez nos podría servir para el caso.

EL CUIDADO POLÍTICO DEL CUERPO AFECTIVO

En realidad, aunque desde ciertos leninismos se trate de resolver estos problemas con una organicidad disciplinada, el secretismo en las instancias de centralización política, la confianza (o la fe, como expresión unilateral de la confianza) entre compas, etc., la propia complejidad humana termina por imponerse, una y otra vez, al factor político: «la apertura hacia el otro y la intimidad compartida son demandas que nuestra propia humanidad realiza, pero nos exponen a cierto peligro emocional». Esta vulnerabilidad que se encuentra en la base de las constitución de la intimidad que forja toda amistad posible, implica el riesgo de ser lastimados, concluyen las autoras de Filosofía de la amistad. Y podríamos agregar: en la afinidad que forja todo compañerismo político posible, también. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que aquello que exponemos de nosotrxs mismxs es pasible de recibir daño, sí, pero también experiencias afectivas positivas igual de intensas, capaz de estimularnos tanto como nos desestimula el daño.

La organización militante y la amistad se tratan, decíamos, de una cuestión de fe; a eso iba Gramsci, en el fondo, cuando hablaba de optimismo de la voluntad. Teniendo en cuenta esta religiosidad metafísica inherente al vínculo humano, quizá el desafío a asumir, por parte de marxistas y anarquistas, sea más bien ético (¿qué se jerarquiza: lo político o lo afectivo?). Pero también crítico y filosófico, y en algún punto, también estratégico: para la construcción de nuestros autocuidados anímicos, necesitamos establacer un equilibrio entre la confianza y la mesura para pensar la relación entre la amistad, la militancia y el riesgo de traición4.

Si la amistad implica una exposición de nuestro cuerpo afectivo, y el compañerismo militante y los proyectos políticos expanden todavía más las fronteras de esa exposición, ¿hasta dónde nos abrimos en nuestro despliegue militante y/o amical? Si en la práctica militante o el curso de la amistad vamos midiendo los niveles de acercamiento, mientras verificamos que el vínculo elegido no es demasiado peligroso para nosotrxs o nuestra sensibilidad y encontramos un balance de compromisos mutuos, ¿cuánta fe, traducida en disposición corpórea, depositamos en nuestras relaciones entre pares? Es una pregunta estratégica, insisto, en tanto sus implicaciones prácticas prefiguran el mundo que construimos en común.

En ese equilibrio entre la confianza y la mesura es donde nos convendría cultivar la vieja virtud aristotélica de la prudencia o la frónesis. No solo a la hora de decidir con quiénes establecer alianzas políticas o afectivas, sino sobre todo a la hora de moldear el contenido de esas alianzas. Si la despojamos de los sesgos que le impuso alguna vez el catecismo, y la entendemos como la correcta discreción de lo que se debe hacer y evitar, pero también como la virtud que ocupa un lugar intermedio entre la razón y la voluntad, la prudencia exige, en este punto, un doble discernimiento. Por un lado, una caracterización más o menos precisa, basada en criterios críticos, de la propia fuerza (mental, política, afectiva, etc.). Por el otro, una caracterización igual de crítica de la fuerza del otro, de sus intereses objetivos o subjetivos implícitos y explícitos, y de su capacidad de subjetivarnos. Solo a través del ejercicio sostenido de la prudencia es relativamente posible evitar que nuestras pasiones vinculares nos conduzcan a forjar contradicciones que después se cristalizarán en el desengaño o en la traición.

En tanto virtud del pensamiento ético o sabiduría práctica, la prudencia es una de las vías hacia la felicidad, según la filosofía de la virtud. La frónesis es la habilidad para pensar cómo y por qué debemos actuar para cambiar las cosas, especialmente para cambiar nuestras vidas a mejor. Si nosotrxs entendemos el fin de esa transformación y de esa felicidad es el comunismo, la prudencia es una necesidad ineludible de nuestro despliegue afectivo-militante.

memento mori!

Notas:
  1. Ver Endnotes, "Historia de una separación" en Unity in Separation (2015): «En el curso del movimiento obrero tradicional, hubo muchos ejemplos famosos: de los socialdemócratas y la dirigencia sindical en el inicio de la Primera Guerra Mundial, de Ebert y Noske en el curso de la revolución alemana, de Trotsky en medio de la rebelión de Kronstadt, de Stalin cuando asumió el poder, de la CNT en España, cuando ordenó a los revolucionarios derribar las barricadas, y así sucesivamente. En los movimientos anti-coloniales de mediados del siglo XX, el Camarada Mao, el Viet Minh, y Kwame Nkrumah fueron todos llamados traidores. Mientras tanto, en el último auge importante en Europa, fueron la CGT en 1968 y el PCI en 1977, entre otros, quienes traicionaron, según se dice. La contrarrevolución no sólo viene de fuera, sino también al parecer desde el corazón de la revolución misma». ↩︎︎
  2. Por eso, observa Endnotes, «los que se identifican como 'revolucionarios' pasan gran parte de su tiempo examinando pasadas traiciones, a menudo en detalle, para determinar exactamente cómo esas traiciones ocurrieron. Muchos de estos exámenes tratan de recuperar el hilo rojo de la historia: la sucesión de individuos o grupos que expresaron una heroica fidelidad a la revolución. Su existencia misma demuestra supuestamente que era posible no traicionar y, por tanto, que la revolución podría haber tenido éxito -si sólo los grupos correctos hubieran estado a la cabeza, o si los incorrectos hubieran sido empujados lejos de la dirección en el momento oportuno» (ibíd.). ↩︎︎
  3. Recordemos que, en tragedia, la catarsis es la «purificación, liberación o transformación interior suscitadas por una experiencia vital profunda», así como el «efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones». ↩︎︎
  4. Ya en su Ética a Nicómaco Aristóteles contraponía la frónesis a la hibris (la desmesura). ↩︎︎