¿Cómo sonaría un mazazo contra un servidor corporativo? [ensayo]

Recomparto un artículo que escribí para Airtemis, la antología de imaginación tecnológica que publicó recientemente Librenauta a través de su editorial RMXS.

El texto fue originalmente publicado en Copiona junto a otros de la misma antología (¡recomiendo todos!) y su escritura data de octubre del 2023. Las únicas modificaciones son las negritas y los subtítulos.

“Las circunstancias hacen al sujeto en la misma medida en que éste hace a las circunstancias”
Marx & Engels, La ideología alemana.

Hace un tiempo tuvimos en Awkache un encuentro de autoformación en torno a la novedad tecnológica de aquel momento, los LLM, y el impacto que pueden tener en el trabajo cultural. A mí me tocó estudiar sobre el movimiento luddita, y a partir de mi scrolleo curioso y degustativo sobre un puñado de resultados de búsqueda en internet, empecé a maquinar una serie de reflexiones que me gustaría compartir.

QUÉ ERAN LXS LUDDITAS

El movimiento surgió en el climax de la llamada Revolución Industrial (en Inglaterra, durante las primeras décadas del siglo XIX). Se dieron allí, entre otros, dos fenómenos simultáneos que me interesa destacar: aparece el proletariado urbano, a través de la proletarización forzosa de campesinos y artesanos, mediante el despojo de las tierras de los primeros y la destrucción de las condiciones económicas de los segundos; y la revolución de la técnica, que aceleró como nunca antes los tiempos de producción. El movimiento luddita estuvo conformado por pobladorxs de la periferia de Londres que estaba siendo forzosamente urbanizada, y que a modo de protesta, salió a romper las nuevas máquinas de los empresarios textiles. Se juntaban a la noche, cuando nadie los veía, y destruían los equipos a mazazos; incluso algunas veces prendían fuego las fábricas. No tenían demandas precisas y su líder era un personaje ficticio, que se habían inventado para distraer a la policía: King Ludd o Ned Ludd, quien según se decía, se encondía en el mismo bosque que Robin Hood, y a quien le deben su nombre.

Ahora bien: en ciertos sentidos comunes “cultos” se le dice luddita despectivamente a alguien acusado/a de tecnófobo/a.. Esto es falso: lxs ludditas no estaban en contra de la tecnología: la mayoría de ellzs eran hijos de artesanos o ellzs mismos lo eran y en ningún momento destruían las máquinas de sus propios talleres. Lxs ludditas destruían las máquinas ensambladas en las nuevas fábricas, no las suyas propias. No rechazaban la tecnología por sí misma, sino aquella que para ellxs ocasionaba un daño al común, en este caso a la producción artesanal de tejidos en pequeños pueblos. Recordemos que el abaratamiento de costos (y también el de salarios) suscitado por la Revolución Industrial les estaba dejando fuera de juego. Frente a esta resistencia del pueblo, se empezó a organizar la fuerza armada interna en Inglaterra, con el fin de neutralizar esa protesta que desafiaba la propiedad privada. Así se empezaron a configurar las tareas de inteligencia que hoy son típicas en la policía: espionaje, infiltración, delación, saboteo. El objetivo era reprimir una sublevación que contaba con la participación de cientos de personas. Una vez que el movimiento fue aplastado (aquellos que fueron atrapados pasaron por el ojo de la horca), el escarnio de la sociedad moderna cayó sobre ellos como una pesada tumba de azabache. Es cierto: su lucha era imposible. Estaban tratando de detener un proceso objetivamente imparable, pero es injusto adjudicarles el carácter de tecnófobos, pues estaban lejos de serlo.

SÍNTOMA DE UNA RUPTURA

Según Christian Ferrer, lxs ludditas atacaban las máquinas y plantas industriales de su tiempo porque intuían que esta novedosa Revolución Industrial iba a desbaratar los poderes de regulación comunitaria que ellxs hasta ese momento tenían. En este punto me parece que vale la pena, sobre todo para ir acercándonos al tema que nos convoca, referirme al concepto de enajenación, desde una perspectiva materialista-histórica. Lxs ludditas de alguna manera veían, acaso por el contraste respecto de la producción artesanal, que la regulación comunitaria de la técnica se estaba enajenando hacia la valorización del capital y la producción de mercancías. Es decir, la innovación tecnológica que proponía e imponía la modernidad capitalista no estaba para producir bienes de uso, como acaso lo hacía el artesanado en relación “armónica” con su comunidad, sino valor o valor de cambio. De una manera intuitiva, lxs ludditas se sublevaron contra este proceso que separaba la actividad productiva no solo de la cobertura de las necesidades originales de su época, sino también del metabolismo entre la sociedad y su medio, para terminar depositándola en la valorización del valor. Esto es, en el enriquecimiento de la clase dominante mediante la hiper-aceleración del proceso productivo para una mejor competencia de capitales en la balanza temporal del trabajo abstracto. Desde este ángulo, entonces, proponemos que lxs ludditas tienen menos que ver con la tecnofobia que con una crítica romántica (tan romántica que el poeta Lord Byron dirá –abajo todos los reyes menos King Ludd–) a la racionalidad técnica capitalista, que no es la única racionalidad técnica posible, pero sí, como se nos hace evidente hoy, una de las menos sostenibles. No sólo a nivel ambiental sino también a nivel humano. Abriendo el largo curso crítico-melancólico de la izquierda marxista, el Herbert Marcuse de la posguerra escribe su famosa Crítica a la razón instrumental, en la que en buena medida aborda estos problemas.

Marcuse considera que, en la medida en que el desarrollo técnico-tecnológico se subsume a un proceso tan metafísico como la producción y valorización del valor, este se vuelve en contra del ser humano y de sus necesidades tanto materiales como espirituales básicas. Bajo el yugo de las relaciones de producción capitalistas, la técnica se constituye mediante una razón instrumental que es utilizada para el dominio de la naturaleza y de la sociedad. La razón social imperante se vuelve hacia un control absoluto del medio social y ambiental que garantice el estatus quo. Desde lxs ludditas hasta hoy, pasando por Marcuse, la enajenación de la técnica es un proceso cada vez más profundo.

AMIGA, ¿SOS LUDDITA?

Extrapolándolo a tiempos más cercanos a nuestra actualidad, pensemos en ejemplos concretos, ¿qué pasó con Internet? ¿Por qué un producto de la creatividad humana que prometía tanto liberarnos de los algoritmos sociales del orden establecido; que prometía la libertad de acceso al conocimiento, o una democratización de la expresión individual… y hasta la posibilidad de desplegarnos intelectual o artísticamente con herramientas autogestionadas, etc., devino en esta tecno-concentración oligopólica y privatizada de la vida social digital?

Hay evidentemente un problema con que el desarrollo técnico, tanto de software como de hardware, no sólo esté atado a la lógica mercantil y de la propiedad privada, sino también (y en consecuencia) a parámetros de productividad, eficiencia y demás estructuras de propaganda del régimen empresarial. De ahí que la utopía digital haya decantado en este espacio virtual dominado por la economía de la atención, la hipervigilancia, la masiva concentración de recursos financieros y técnicos por parte de las bigtechs, algoritmos personalizados para garantizar la retroalimentación de contenidos en cámaras de eco y burbujas de filtro que limitan la diversidad de perspectivas; o la centralización de datos usada para dirigir la publicidad, influir en las opiniones y comportamientos de los usuarios, y tomar decisiones basadas en datos a gran escala (la bigdata). Ocurre que, como dijo alguna vez Bolivar Echeverría, "el capital se ve obligado a imprimir al aparato tecnológico y cultural un carácter ideológico cada vez más acentuado y a desatar en él una contradicción insuperable entre su función propiamente productiva (la investigación científica o artística de la realidad) y su función ideológica (la justificación del sistema)".

OTRO INTERNET ES POSIBLE

En contraposición a esta hegemonía bestial, desde el software libre y el código abierto a la piratería y las redes sociales del fediverso, existen un montón de prácticas políticas que buscan recuperar la técnica como potencia, devolviéndole la socialización a su desarrollo y, en muchos casos, prefigurando otro internet posible. Porque, recuperando la experiencia luddita, no se trata de rechazar de plano todo avance tecnológico “por haber sido producido por el capital”. La creatividad del trabajo no se subordina de plano a su forma capitalista, sino que es imperativo arribar a una posición dialéctica: el desarrollo técnico, en tanto producto del trabajo humano, existe dentro de y contra su forma capitalista-mercantil, en un proceso constante de creatividad y sofocamiento, entre oposición e imposición; su curso no escapa a las relaciones de fuerza y poder de la lucha de clases. La conciencia de clase se expande desde abajo hacia los sectores más privilegiados del trabajo a través de la lucha, la confrontación y la organización políticas.

La construcción de nuestra autonomía/soberanía/independencia social y política, entonces, no puede escindirse de la construcción de nuestra autonomía/sobrenaría/independencia técnica y tecnológica, menos aún en un mundo cada vez más digitalizado. ¿O acaso son hechos aislados, a principios de los 2000s, el avance de la clase trabajadora en erráticas posiciones de poder y la socialización informática del mismo período? ¿No tienen que ver el reflujo contemporáneo de nuestras organizaciones anticapitalistas y el avance del fascismo con la mencionada tecno-concentración oligopólica de los recursos internéticos? No se trata simplemente de expropiar los medios de producción tecnológica o volver cooperativas a las bigtechs, sino también de redebatir socialmente tanto sus funciones como la propia racionalidad social (y ambiental) de la técnica. Es decir, para qué queremos esos medios de producción, qué fines, qué sentidos y qué formas pensamos darles. Estos debates tecno-políticos no pueden escapar a nuestros intereses en tanto clase desposeída: serán socializados, serán democráticos, o no serán nada. Porque tampoco son posibles (ni deseables) por fuera de la lucha de clases y la progresiva conquista de poder de la clase trabajadora.

Solo en la medida que nuestra racionalidad técnica comienza a liberarse de las relaciones mercantiles a las que la somete el dominio del capital y su propaganda burguesa, puede empezar a forjar ideas innovadoras de socialización tecnológica. Sin perder de vista que cualquier avance técnico del trabajo, ante derrotas o reflujos políticos de nuestra clase, puede ser cooptado, reconfigurado y subsumido a las relaciones capitalistas y la concentración de poder empresarial… tal como viene pasando. La lucha es cruel y es mucha, como dice el tango, y posiblemente se estire durante generaciones, pero como podría decir una cyberguerrillera revoleando un teclado contra un robocop: antes morir hackeando que vivir atadx a una cadena de montaje cognitivo determinada tiránicamente por las infames relaciones sociales existentes.

Las propuestas a nivel praxis de estas líneas son, como decía más arriba, muchas hoy día, y no cabe duda que se pueden multiplicar según las condiciones, capacidades, necesidades e intereses de cada grupalidad u organización que pretenda ponerlas en práctica colectiva. Muchas veces no hace falta tanto más que levantar las banderas de proyectos flotantes. Sin embargo, no es desestimable la apuesta a recuperar la iconoclasia luddita, porque es difícil construir algo nuevo sin romper de alguna manera lo existente, es decir, sin romper con estas relaciones sociales de propiedad y producción.

En esa línea, es importante que nos vayamos animando a una auto-alfabetización tecnológica colectiva a partir de las vastas experiencias de educación popular y en relación con nuestros objetivos políticos. No para saber programar una página web de un día para el otro, sino para ir reapropiándonos social y políticamente de la técnica.